sábado, 6 de diciembre de 2008

Mayo 2009

No son chicos, tampoco son grandes


Hay que tener presente, que la franja de edad en la cual los jóvenes afianzan su lazo con el deporte de alto rendimiento, se encuentra en la etapa evolutiva denominada adolescencia. Ésta se encuentra ubicada entre los 12 y 21 años, e implica una crisis en la vida de todos los individuos (Jugo, 2009).

El adolescente es el actor del drama humano por excelencia: la búsqueda de identidad adulta, de equilibrio entre lo que cambia y lo que permanece, de integración entre lo que pretende como ideal de vida para sí mismo y el de la sociedad en la que vive; el actor de esa lucha donde lo individual entra en conflicto con lo social, lo infantil con el presente, y el viejo esquema corporal con el nuevo cuerpo físico (Fernández, 2000).

Emmanuele (2001) plantea que el adolescente es alguien a quien se le ha roto un espejo; que transitoriamente no tiene en donde mirarse. No es un niño, no es un adulto; es grande para hacer tantas pavadas, pero es aún chico para tener tantas libertades.

Sin embargo, y a pesar de que la genética pueda atentar contra la construcción y afianzamiento de la identidad de un individuo, el deportista está luchando por saber quién es, por diferenciarse de los otros, por establecer sus objetivos.

Pero las emociones de los individuos, no necesariamente van a la misma velocidad que el tiempo en el que se patea un penal. Es decir, requieren de cierta reflexión para poder entender y asimilar los cambios. Por lo que el tiempo subjetivo del deportista, va a convivir con el tiempo de los otros, el de la cultura y el del tiempo social.

Entonces, a su propio tiempo, el atleta va a elegir si quiere o no quiere dedicarse al deporte que entrena, para intentar llegar a jugarlo de manera profesional. Los deportistas no necesitan que los corran para hacerles recordar que “el tiempo pasa y no vuelve más” o “el tren pasa una sola vez, y puede que ya sea tarde”, porque ellos ya lo saben. Esa idea les come permanentemente la cabeza, y si no se identifica con su elección, por más que otras personas quieran, no va a sentirse a gusto con lo que hace. En otras palabras, no lo van a hacer por ellos.

Paralelamente, estos jóvenes atletas se encuentran en plena transición de etapas (y/o también “quema de etapas”); en la búsqueda de identificaciones en su desarrollo evolutivo, de cambios a nivel corporal –hormonal y morfológico–, sexual, cambios en la manera en cómo interpretan el mundo circundante, y cambios en el estado emocional, principalmente.
Por otro lado, los ideales de los otros se van convirtiendo en propios por medio del discurso. Muchas veces ni ellos mismos saben bien el por qué terminan haciendo algunas cosas que hacen.

En otras palabras, estos jóvenes no sólo cargan con la mochila de expectativas propias, sino que hay otras personas que vienen a poner más ladrillos a su peso (queriendo o no, conciente o no de ello). Y, cuando ellos abren esta mochilla, que es su mochila, descubren que les resulta más que dificultoso identificar el ladrillo que pertenece a cada cual; pero, los sigue cargando a todos.

De manera que el primer paso a dar, es diferenciar lo que uno es, de lo que uno quiere hacer y de lo que uno tiene. En otras palabras, hay que comenzar a organizarse de a poco. Pero lo que sí está en manos de estos otros, es poder brindar al deportista apoyo incondicional y acompañarlo durante este momento de transición que está experimentando.

Lic. Tamara Jugo

Bibliografía utilizada

  • Emmanuele, E. (2001). Adolescencia, crisis y discursos sociales. Raíces y alas, (4) N° 9.
  • Fernández, M. (2000). En: Rascovan, S. (2000). Los jóvenes y el futuro ¿Y después de la escuela qué? Buenos Aires: Psicoteca.
  • Jugo, T. (2009). Manuscrito inédito sin publicar.

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